"Osvaldo Soriano: hic et nunc", por Maximiliano Linares
[Texto
leído en la presentación de Osvaldo
Soriano. La añoranza de la aventura.
Una perspectiva exterior de Susanna Regazzoni (Buenos Aires, Katatay, 2017),
el día 21 de agosto de 2017 en la sede de la editorial Katatay en la Ciudad de
Buenos Aires.]
Hace pocos días en la ciudad de
Formosa se realizó el décimo noveno Congreso Nacional de Literatura
Argentina. La literatura argentina en el Bicentenario. Balances del sistema y
diálogos con el mundo. Durante tres jornadas especialistas nacionales e
internacionales disertaron y conversaron sobre innumerables tópicos y autores.
Curioso: recorrí el programa completo y no encontré, ni escuché in situ una
sola referencia a Osvaldo Soriano. Insisto: ni una sola a veinte años de su
fallecimiento (ocurrido en enero de 1997). Debo decir que yo tampoco lo
referencié.
Por eso aquí y ahora tenemos la
valiosa posibilidad que nos brinda Susanna Regazzoni para releer de manera
completa y de modo integral la obra ficcional de Osvaldo Soriano a través de un
estudio apasionado –y no por ello desajustado o acrítico, vale remarcarlo– que
nos impulsa a una revisión sostenida por estrategias metodológicas y
presupuestos teóricos que funcionan en cada una de sus apuestas analíticas.
Apuestas que impregnan –de ahí la referencia pasional, de la que también nos
anoticiará al final, en el posfacio, Adriana Mancini (cito: “podemos confirmar
sin riesgo que Regazzoni pertenece a aquellos lectores de izquierda que aman a
Soriano a partir de la lectura de Triste, solitario y final, su
primera novela” 102) – al lector y dejan inevitable huella en su recorrido…
A partir de la Introducción
podemos visualizar el complejo entramado teórico crítico que desarrollará la
ensayista para desandar de modo cronológico –de la primera a la última de sus
novelas y volúmenes de narraciones– la obra de Soriano. El andamiaje será
sostenido teóricamente durante los tres capítulos que integran el volumen desde
Benjamin, Barthes, Starobinski, entre otros, y atravesado, y he aquí lo
interesante, por una doble y simúltanea línea crítica: si aparecen los nombres
de Sarlo, Jitrik, Saer, Mucci, Catelli, Néstor Ponce, por mencionar algunos de
los críticos locales, también se registran los de Giacomino, Bianchini,
Bellini, Campiani, Billi, La Porta, entre otros especialistas extranjeros. El
doble registro, local e internacional, la apertura hacia discursos críticos
menos convencionales, sin dudas enriquece el abordaje, aporta novedades y
atestigua una constante de ciertas producciones de nuestra literatura: el hecho
de constatar, en cierta medida, un reconocimiento más acabado desde fuera que
desde dentro del sistema literario nacional, como dijimos, no será la primera
vuelta que sucede en nuestra literatura.
“El adiós a la escritura: Triste,
solitario y final” titula Regazzoni al primero de los capítulos donde
desarrollará los procedimientos de construcción del antihéroe en la primera
novela de Soriano, publicada en 1973. La configuración de atributos en relación
a sus personajes vencidos, fracasados, derrotados, disconformes, continuará en
el universo del autor hasta sus últimas producciones. A partir del
desplazamiento de la escritura de la aventura hacia la aventura de la
escritura, dice Regazzoni con Benjamin, como consecuencia del
adelgazamiento de la experiencia, la novela moderna carecerá de
acontecimientos o acciones a partir de las cuales configurarse. Es así que su
estrategia será “recuperar versiones tomadas del cine, del tango, de la radio,
de los policiales”. En este aspecto para Regazzoni la parodia como
procedimiento rector presupone un diálogo entre variadas formas de expresión
artística y motoriza una evolución literaria que provoca discusiones,
subvierte, cambia y crea significados adicionales. Para los que recuerden
la novela es harto destacable en esta configuración y análisis de los
personajes que deambulan por la ciudad de Los Ángeles, cómo el detective
privado Marlowe y el personaje periodista Soriano homologan la pareja de Stan
Laurel y Oliver Hardy, quienes desafían la ideología del poder, anota
Regazzoni, y de la posesión de bienes, renegando del american way of
life. Y acota: “En relación con esta postura y las consecuencias de la
miseria en que se encontró la pareja al final de su existencia, Soriano
recuerda una declaración de Buster Keaton: ellos [Stan y Oliver, el Gordo y el
Flaco] cometieron el error de hacer reír a un país violento y sin alma, que
íntimamente los amaba pero terminó despreciándolos” (24). Cita que podemos
reformular así: él [Osvaldo Soriano, el Gordo] cometió el error de hacer reír a
un país violento y sin alma, que íntimamente lo amaba pero ¿terminó
despreciándolo?.
El segundo capítulo desanda
“Los textos”, así lo denomina la autora, desde 1978 a 1992. Puede leerse claramente
a través de un seguimiento paratextual: desde la “Tragedia argentina a través
del tango: No habrá más penas ni olvido” (1978), “La violencia
institucionalizada: Cuarteles de Invierno” (1982); “La guerra de las
Malvinas/Falkland: A sus plantas rendido un león” (1986); “La
vuelta al país: Una sombra ya pronto serás” (1990) y hasta “El
espía sin rostro: El ojo de la patria” (1992). Por una lado,
siguiendo a la especialista, constatamos desde el texto de No habrá más
penas… la configuración de Colonia Vela como una ciudad
inventada por Soriano que se inscribe dentro de la extensa tradición
de ciudades inventadas en la literatura latinoamericana –como la Coronel
Vallejos de Puig, Macondo de García Márquez, Comala de Juan Rulfo o la
inevitable y señera Santa María, de Onetti–, ciudad inventada en tanto espacio
y territorio ficcional que restituirá lazos con referentes expresos que sí se
sostienen en un correlato objetivo explicitado, es decir, como sabemos, y anota
Regazzoni, Colonia Vela se conecta con otras localidades como Tandil de
referencialidad geográfica expresa. Además, Colonia Vela, y también la mención
a algunos de sus indelebles personajes, reaparecen en otras de sus obras, en la
inmediata Cuarteles de invierno sin ir más lejos o se
actualizará luego mencionada en Una sombra…. Por otro lado,
retornando al recorrido propuesto será sobre el final de este segmento,
en El ojo de la patria donde se conecte la serie
tango-patria-padre para conducirnos al capítulo final. La patria –ese locus añorado
desde el exilio, ese punto adonde siempre se desea retornar– es el lugar donde
están enterrados nuestros padres, nos contiene porque ya deshechos a través de
nuestros antepasados somos constitutivos de la tierra y por el suelo patrio se
combate, de manera absurda, por cierto, y puede restablecerse, claro, la
remitencia con A sus plantas rendido un león.
El último de los capítulos,
“Del relato de aventuras a la narración de una vida: La hora sin sombra”
aborda, claro está, esta última novela del año 1995 y retoma el volumen de
relatos Cuentos de los años felices de 1993: la figura del
padre cobrará preponderancia y la tensión peronismo-antiperonismo aflorará
dejando traslucir ciertos rasgos colindantes con lo autobiográfico, así lo
propone Regazzoni cuando convoca la lectura de Tomás Eloy Martínez en la
contratapa de la reedición de 2004: “una autobiografía encubierta […] Soriano
dio en este libro lo mejor de sí –su ternura, su melancólico humor, las
tensiones de un lenguaje siempre transparente- y nos enseñó que la vida es algo
que los hombres pierden a cada paso, y el relato es algo que, con cada paso,
ganan” (77). A partir de allí las inobjetables conclusiones a las que arriba la
especialista, como dijimos, con método y perspicacia en la lectura, con acabado
conocimiento de los contextos de producción de los textos. Dirá Susanna
Regazzoni, en las últimas líneas: “Volver a la aventura es imposible, mientras
que es posible recobrar la experiencia, no del acontecimiento, sino, más bien,
del lenguaje que describe dicho acontecimiento[…] sobrevive en cambio, la
experiencia como rescate relacionado con lo que se ha vivido. La identidad del
escritor, por lo tanto, se puede atisbar en el elemento físico, inmutable,
dentro de un conjunto de transformaciones y de diferencias que se localizan en
la totalidad de la obra” (94).
Coda
Para el final esta pequeña
coda, tal como acciona el volumen con el apartado escrito por Adriana Mancini,
nos referimos al Posfacio, al cual agradecemos desde ya su
ubicación porque de lo contrario, es decir en la hipotética colocación de un
Prólogo, la precisión quirúrgica de su autora hubiera atentado aún más en
contra de la escritura de nuestra lectura sobre el ensayo de Regazzoni, esto
sucede simplemente cuando uno releva que aquello que de algún modo comienza a
visualizar no solo ya está dicho sino de qué manera y con cuanto acierto.
Entonces, destacaremos para cumplir con lo sucinto de la coda prometida solo
dos cuestiones, centrales a nuestro entender: 1) La inteligencia para leer en
Regazzoni el gesto superador quien, dice Mancini: “viene oportunamente a
terciar en este conflicto actualizado con motivo de conmemorarse en 2017 el
vigésimo aniversario de la desaparición del escritor” (100). Mancini refiere
las intervenciones públicas, a través de suplementos culturales, por un lado,
de Martín Kohan “La academia no ignoró a Soriano”, y, por otro lado de Ana
María Shua “A sus páginas rendidos los lectores”. Imperdible cómo Mancini
resuelve y tracciona, de manera impecable, su respuesta. 2) En última
instancia, volvemos a sentirnos interpelados por la autora del posfacio cuando
destaca la muy oportuna contextualización por parte de Regazzoni como “un
sólido aporte a aquellos jóvenes –o ya no tan jóvenes– de la generación X y las
generaciones venideras, sea de lectores italianos o demás lectores de todas las
ideologías a quienes les interese encontrar la justa densidad, en la aparente
superficie de la narrativa de Soriano” (102). Más allá del “ya no tan jóvenes”
por el que nos sentimos aludidos como último resto de la generación X, la
apreciación resulta por demás pertinente pensando en cómo se lee y, con esto,
cómo seguir leyendo a Soriano en las aulas actuales .
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