"Venecia, ciudad batracio", por Jimena Néspolo



La primera vez que arribé a Venecia, la ciudad estaba cubierta por un recio manto de nieve que espantaba al turismo de malón y la volvía una experiencia mágica. Tenía veintitantos años y nunca había visto nevar, ni asistido al milagro de contemplar en breves paredes tantos siglos de historia y de arte amontonados. La segunda vez, me trajo un congreso y la lluvia; y aquí, en el Dipartimenti de Studi Linguistici e Culturali Comparati, supe que en la Università Ca´Foscari se enseñaban más de treintaicinco idiomas y que era posible reconstruir la mítica Babel y mantener una discusión en al menos cuatro lenguas habladas en simultáneo. En un puestito acodado junto al Ponte Academia compré un paraguas animal print que todavía me protege de los aguaceros pampeanos. En este mi tercer viaje, estoy conociendo la neblina veneciana y sus campanas, las que desde el Sestiere Dorsoduro llaman a misa varias veces al día compitiendo con las campanas de Campo San Polo o de Santa Margherita. La niebla de estas jornadas es espesa, es gris, tiene el gramaje de la ruina. Ancora he podido encontrar el pasaje donde habita Giorgio Agamben y me he atrevido a golpear a su puerta. Tampoco la neblina me ha impedido volver a saludar a dos amigas muy queridas que viven aquí: la Guiditta de Gustav Klimt –que diserta en el Palazzo Ca´Pesaro– y Santa Maria della Salute –que atiende en un templo propio que este veintiuno de noviembre ha desbordado de fieles y de velas.
Antes de llegar a Venecia, cualquier burgués bien pensante acaso podría creer que en un conjunto de islas tan pequeñas no caben las contradicciones. Como ese personaje de la novela de Thomas Mann, el tipo entonces quizá prepare sus maletas y arribe a esta ciudad de muelles para encontrar más que el descanso deseado, el amor prohibido, el ansia implacable o incluso la muerte. Una de estas mañanas, caminando la neblina, topé de frente con la Calle dei Morti y en una cuasi epifanía comprendí otras de las razones de su atracción o de su encanto. Venecia es un sapo de agua dulce que se baña en agua salada, a través de canales que suben con las mareas y bajan como el olvido... Pero Venecia no olvida. En cada esquina, en cada campo o pasaje: una historia, una catedral, un artista. Venecia es un mausoleo que respira. Es una esponja que amenaza con hundirse pero que siempre sale a flote, porque atrás de la máscara veneciana, los carnavales y la grande bouffe se esconde una ciudad batracio, una ciudad de barricada.
En los últimos tiempos, con el arribo de esos cruceros que multiplican con horror el tamaño de los palacios para desestabilizar sus cimientos, se ha visto saltar a las aguas centenares de jóvenes activistas munidos de coloridos flotantes, que al grito de “Fuori le navi della laguna” han logrado espantar a las bacanales naves turistas. No obstante, Venecia vive del turismo. Es una señora sofisticada que se vende como filistea en los mercados, o purga sus penas y billetes creando colecciones a la Peggy Guggenheim.
Pero ¿qué artista no ama Venecia? ¿No desea participar en alguna de las bienales que escanden su almanaque para transitar por esos gigantes barracones que hoy forman parte de Giardini y el Arsenale y que tiempo atrás eran los astilleros de un puerto mercante? En las bienales de teatro, de danza, de música, o incluso el festival anual de cine, se congregan creaciones de todo el mundo para tramar una ficción de comunidad posible. En este momento, hasta el veintisiete de noviembre, se puede visitar la Bienal de Arquitectura. Como ha debido reconocer Paolo Baratta, el presidente de la bienal, “la arquitectura es la más política de las artes” y como tal su misión es “hablarle a todos los responsables de las decisiones y de las acciones con las cuales se administra el espacio de nuestro vivir”. En este sentido, se destacan las exposiciones No Man´s Land (República de Macedonia), Beyond de river - 50 schools (Sudáfrica), Kamikatsu - zero waste (Japón), Kumbh mela (India) y Lleida Museum of Climate (España). Pero es en el panel dedicado al restauración del edificio Dogana da Mar por parte del arquitecto japonés Tadeo Ando (edificio que actualmente se conoce como el Centro de Arte Contemporáneo Punta della Dogana) donde se manifiesta, nuevamente, la presencia de los activistas venecianos que han intervenido las fotografías expuestas con papeles que exhiben la leyenda “Venezia NON È in vendita”.
Para ser estricta con la consecutio temporum, debo apuntar que antes de llegar a la bienal, me he dejado arrastrar por mi amiga Susanna y su compañero, el urbanista Stefano Boato, a un mitin político donde se discutía acerca del referéndum que el próximo 4 de diciembre se realizará en Italia, a fin de aprobar o no la reforma de casi un tercio de los artículos de la actual constitución. Stefano me ha explicado que ésta es la única ciudad del mundo que vive en el agua, que el verdadero problema de Venecia no son la inundaciones o el acqua alta, sino el no poder generar otras actividades económicas que suplanten al turismo y la falta de un puerto capaz de albergar los grandes cruceros que aquí arriban.  En el mitin, conozco también a su hermano, Miquele Boato, fundador y director del Eco-Instituto del Veneto Alex Langer, y de la revista Gaia. Mientras esperamos que empiece el debate me entrega un ejemplar de otras de sus publicaciones, el fanzine bimestral Tera e aqua, donde de inmediato encuentro una reflexión suya sobre la nueva encíclica Laudato sí: “L´enciclica Laudato sì di papa Francesco nasce dalla constatazione che l´umanità corre verso il baratro (si parla di estinzione della razza umana nell´arco di secoli) nella più completa disattenzione, tutta presa da guerre, muri contro le ondate migratorie, rincorsa di improbabili crescite, arricchimento di elite e impoverimento di miliardi di persone”[1]. El debate al fin comienza, entre los que exponen se encuentra el senador Felice Casson; más que disenso en general las intervenciones coinciden en subrayar que el intento de reforma traiciona la herencia de izquierda de la que la constitución actual ha surgido, quiebra una cantidad de derechos adquiridos por los trabajadores, entrega el control territorial a los grandes poderes económicos para que éstos hagan un uso abusivo de los recursos naturales, y surge en el contexto de un proceso de globalización planetaria que insiste en seguir beneficiando a unos pocos a costa del empobrecimiento de las mayorías. “No se puede responsabilizar a la Constitución de la crisis del sistema, esto es: la degeneración del sentido de la política”, se acuerda finalmente en el mitin. Y se llama a votar NO.

 
 
Imágenes de la crónica en: https://www.instagram.com/boca_de_sapo/
 
*El título proviene de un verso de Diego Bentivegna, “los muelles de la ciudad batracio” (Las reliquias. Alción, Córdoba, 2013).



[1] “La Encíclica Laudato sí del papa Francisco nació de la constatación de que la humanidad corre hacia el abismo (se habla de extinción de la raza humana a lo largo de los siglos) en el mayor abandono, propiciado por las guerras, contra el aluvión inmigrante y la  gestión del crecimiento poco probable, el enriquecimiento de la élite y el empobrecimiento de miles de millones de personas”. Boato, Michele. “Quale futuro per l´ecologismo in Italia?” en: Tera e aqua. N° 91, Ottobre-Novembre 2016, Venezia, p. 5.

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