“La afección erótica afecta”, por Sandra Gasparini
Tu madre chupa
pijas en el infierno, de Carlos Marcos. Buenos Aires, Exposición de la
actual narrativa rioplatense, 2014.
Con la explicación del origen de la frase que da título al texto Carlos
Marcos (1972) ensaya no solo unas palabras con el lector sino la puesta en
relieve de una poética de los tonos altos, de la vociferación. Ese juicio
asertivo de intenso poder descalificador –al menos en varias de las culturas
que conocemos o intuimos- dirigido por el demonio que ocupa el cuerpo de la
muchacha poseída de El exorcista, de
William Blatty, al cura que quiere exorcizarla, y redoblada en el film guionado
por él mismo, le sirve al autor para presentar en un breve prólogo precisamente
ese registro en el que se desarrollarán los dos relatos que forman el volumen.
Se trata de dos “vociferatas”, una vaginal y la otra seminal, que inundan las
páginas del pequeño libro-objeto de la serie exposiciondelaactual (colectivo de
editoriales del que participan Alto Pogo, Milena Caserola y el 8vo. Loco).
La “Vociferata vaginal” es el relato de una madama viuda de prostíbulo
a un periodista, salpicado de elementos de realismo mágico (como la “pupila”
que levita y cambia de colores) y de la literatura cortesana que puso a las regentes
de burdeles en el lugar de un intercambio no solo de carne y dinero sino de
circulación de un saber vinculado a la alta
cultura en el negocio del sexo. Juan Filloy, quien aparece mencionado en la
segunda narración, había trabajado en ese sentido en su novela Op Oloop (1934).
En el segundo relato toma la voz el “ebrio que vocifera solitario en la
esquina”. La “vociferata seminal errantesible” del Ebrio matiza las texturas
discursivas en una verborrea de coloraturas diversas que van de la descripción
de prácticas sexuales compartidas con las prostitutas del prostíbulo de la
primera parte hasta sus intercambios burocráticos con una bibliotecaria y el
paseo por las clasificaciones y juegos de palabras y guiños al lector. El
personaje mata el tiempo pensando listas de autores (de los volúmenes que
custodia la anciana bibliotecaria, contracara asexuada de la madama o de las
mujeres del burdel y otra de las vueltas borgianas de los relatos) que ensayan
un discurso hipnótico a la vez que una enciclopedia autoral posible.
No falta la reflexión del texto sobre sí mismo, las
alusiones al género erótico como la mención de Henry Miller pero también de O (recreación
del personaje de la novela de Pauline Réage) o, por caso, de personajes
mitológicos asociados claramente a la temática amorosa o sexual (Afrodita) o
bien, las series de títulos de libros resignificados por la imaginación
caliente del Ebrio que lee el deseo en Mil
mesetas, Matando enanos a garrotazos o La metamorfosis. Y es que Tu madre es, ante todo, un trabajo con
el artesanado del lenguaje: allí descubre el erotismo, en las delicadas
pronunciaciones de una fonación gutural o diáfana, en una acumulación de
sentido producto de enumeraciones inesperadas, en la elaboración de listas
imposibles y aparentemente caprichosas.
Como el Sursum Corda de Asturias el Ebrio lleva sobre sus hombros
centenarios la verdad disfrazada de miseria y es el deseo inacabado y eterno
mismo. Es la palabra que se habla a sí misma y el deseo por la palabra. Casi un
Homero borgiano irreconocible, el Ebrio que vocifera es el relato y, en el
relato, el espíritu lúdico del verbo que lo alimenta: las cadenas de
asociaciones de autores y de frases hechas forman extensos fragmentos de una prosa
poética que va desgranando la voz que vocifera y se apaga al final.
Poco importa si Tu madre es
literatura erótica o un tratado de filosofía o una taxonomía de prácticas
sexuales. Con el trazo delicado del caligráfico chino, Marcos combina los
materiales del fantástico con el realismo delirante y la tradición de la
literatura erótica y logra así una mixtura única: una escritura del deseo. “La
afección erótica afecta, el enfermo padece eróticamente y las víctimas cantan
victoria de forma definitiva”, propone la introducción.
Las ilustraciones –obra también de Carlos Marcos- de mujeres desnudas,
verdaderos retratos en pocos trazos de tinta, tienen la particularidad de establecer
una íntima relación con el artista: casi todas dedican sus poses al retratista,
voyeur que las dibuja con líneas
suficientes para definir una estrategia de seducción o un camino del deseo. El autor, que ya había sorprendido con el
también ilustrado por él Inmaculadas
(2010), que recorre las fantasías de cincuenta mujeres, y con Muerde Muertos (2012), en coautoría con
su hermano, José María, crea tal vez con este pequeño volumen (pequeño por su
exiguo tamaño y además de descarga gratuita) otro género que todavía busca un
nombre.
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