“¡Ángela!”, por Jimena Néspolo

Angela della Morte, de Salvador Sanz. Buenos Aires, Ovni Press, 2011, 96 págs.


El hecho de que sus víctimas, en su minuto postrero, acometan el previsible clamor de la sorpresa no hace más que confirmar aquello que el personaje –y acaso el lector– desde la primera viñeta ya sabe: Ángela fue entrenada para matar y en eso de “des-almarse” y encarnar su nombre no hay quien la supere. Y es que esta mujer no fue instruida por cualquiera; en los laboratorios del doctor Sibelius (“la mente más brillante del siglo 21”) Ángela aprendió no sólo a familiarizarse con la muerte, sino a hacerla propia, a convertirla en simulacro de experiencia y realidad con el estricto objetivo de llegar a ser “nómadas de la carne”,“espíritus en el mundo de la materia”.  Con cada muerte que encarna, y que efectivamente sufre a través de un complejo dispositivo tecnológico, ella libera su conciencia y con ésta la posibilidad de habitar [poseer] otros cuerpos [des-almados] que le permiten llevar a cabo nuevas misiones kamikazes. Ángela puede cambiar de sexo, de edad, de rostro y de saberes, para ella los cuerpos son como trajes que viste según el imperio de la necesidad y de la moda pero que no vacila en destruir cuando el minuto aciago se acerca y el golpe de gracia debe ser dado. 
En la contratapa del libro, junto al dibujo en grana de una mujer conectada hacia las alturas por una maciza correa y en cuyo casco ostenta la muerte a caballo, leemos las siguientes palabras del doctor Sibelius, vertidas en alguna parte de Sudamérica, a su iracunda tropa: “Si estas criaturas que llamamos muertes, se alimentan de nuestra alma ni bien abandonamos nuestro cuerpo… Entonces, ¿no hay más allá para el hombre? ¿No existe la trascendencia del alma? ¿Estamos condenados a ser ganado de estos seres, al término de nuestra vida terrenal? Entonces, a partir de hoy estamos en guerra con la muerte, y mientras no encontremos un antídoto contra ella, tenemos que permanecer en el mundo material, el tiempo que sea necesario. Todos ustedes harán un voto de sigilo. Volveremos a una época oscura, donde el conocimiento no será revelado a nadie. Nosotros seremos los dueños de los misterios.
La nueva novela gráfica de Salvador Sanz (1975), Angela della Morte, es casi un thriller filosófico. Con un texto ajustado, una imagen precisa y una estructura de episodios autoconclusivos (debida a su previa publicación en las revistas Fierro y Bastión), la trama se presenta ante todo como una mordaz crítica a la moral de las corporaciones y a cierta obsesión por la belleza artificial de los cuerpos. Así, la novela se abre con una cita de René Descartes (“Es evidente que yo, mi alma, por la cual soy lo que soy, es completa y verdaderamente distinta de mi cuerpo, y puede ser o existir sin él.”) para dibujar un hipotético futuro en el que la ciencia permita hacer del platonismo una realidad, y de ésta una usina de conspiración terrorista de escala internacional. Con todo, la verdadera tensión que articula la trama, a partir de un sutil juego de elipsis que obliga a volver una y otra vez sobre las páginas precedentes buscando la información que se nos retacea o esconde, con el devenir de la historia se vuelve cada vez más patente: ¿Quiénes son los buenos y quiénes son los malos de este cuento? ¿El doctor Sibelius? ¿El Gobierno Fluo? ¿Y quién o quiénes los financian?
Asimismo, esa vuelta de tuerca que desplaza el tema filosófico al conflicto ético entre el bien y el mal se da a partir de la segunda parte con la entrada de otro personaje, que sufrió el mismo entrenamiento en los laboratorios de Sibelius y que luego se vendió al Gobierno Fluo, que conoce íntimamente a Ángela y que acaso por todo ello sabe cómo destruirla: “Casi puedo ver su expresión al encontrar su tumba profanada. Sabe quién lo hizo. Lo conozco enojado: vendrá por nosotros” –se dice Ángela mientras huye desesperadamente de una presencia tan real como fantasmática, luego de haber realizado exitosamente la misión de eliminar todos los cuerpos desalmados que el “El Perezoso” solía habitar–: “¿Cómo ganarle una carrera a la muerte? A donde vayas te alcanzará.”
En este sentido, quizá las páginas más originales del cómic sean aquellas que grafican la terrible lucha física y espiritual que se desata en el cuerpo de la mujer cuando éste se convierte en reservorio no sólo de su alma, sino también de la de su actual enemigo y ex amante. Por otro lado, si bien la cuarta parte (“Liberar a la bestia”) trae a la escena de la viñeta elementos argumentalmente ajenos en las páginas anteriores (el cambio de escenario –de paisaje ciudadano a base aeroespacial–, la novedosa presencia del mono astronauta y de la misma Ángela en la luna, etc.), es de observar que es absolutamente coherente al entramado externo e interno de la obra: Constituye una sutil referencia al cierre de la novela gráfica Desfigurado (Exabrupto, 2007), en que la búsqueda de dios desencadenaba un encuentro con el demonio, y donde lo último que observábamos era –Pink Floyd mediante– el “lado oscuro de la luna”. A su vez, el alejamiento espacial y la soledad le permiten al autor extremar de un modo radical la experiencia del Mal al que somete a su personaje: luego de que el Gobierno Fluo invade la base, Ángela cae en un lodazal que a todas vistas parece ser mierda, una mano poderosa, gigante, fría y mecánica –tal y como Salvador Sanz, intuyo, imagina al inexorable destino–, la levanta… ¿o la hunde? Uno, tres, cuatro cuadros plagados de negro. Hay moscas. Muchas moscas. Está sola. Ella se obstina en mantener los ojos abiertos mientras asiste al abyecto y monstruoso espectáculo de su vida. La página final reza: “Debe ser la persona más hija de puta que existe.”
No obstante, por alguna razón desconocida, el autor no sólo mantiene a su personaje vivo sino que ya ha anunciado la inminente publicación de los próximos episodios de la serie.

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